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Día de primavera octogenaria.

El viento era suave, tanto, que llevaba el olor de las rosas del jardín de su esposa a su olfato fino. Su nieto, Simón, jugaba con gran entusiasmo: pequeño, alegre, juguetón, inquieto, tal cómo era él cuando chico, él simplemente lo observaba. Tanta fue la dicha de ver a su nieto revolotear como las mariposas en primavera, que se transportó a su amada tierra, el Llano, -Porque el llano es lindo y es eterno-. Recordó el sabor del medio día, el color de la agua de panela con limón que le daba su tía Barbara: fría, con hielo, pequeños grumos de limón, y café por la gran cantidad de panela que tenía, era un elixir de dioses luego de saltar en medio del pasto verde y frondoso. Recordó, esa eterna llanura que jamás terminaba, que a la distancia, mostraba unos árboles que parecían en otro planeta, los cuáles en la tarde se difuminaban con el sol y en la noche desaparecían con la luna. Nostalgia en su máxima expresión, tuvo el abuelo al ver a su nieto, esos ligeros pinchazos que sentimos