Lo que nunca nos dijimos.
En una vieja cantina de Bogotá, en el centro de la ciudad, suena de fondo una canción que no podía ir mejor con el espeso y tenso ambiente entre Augusto y Franco, al ritmo de la inolvidable voz de Hector Lavoe rondaba en los oídos de los melancólicos y alcohólicos: Todo tiene su final, nada dura para siempre, tenemos que recordar, que no existe eternidad ... Y es que la melodía adorna esas lagrimas de dolor y confusión, de no saber cómo lidiar con ese encuentro. Llegó la mañana y a la hora acordada, partieron ella y él: Lucía y Franco, tomaron sus mochilas, empacaron lo necesario para quedarse tan solo un par de días. Llegaron al terminal de transporte, pagaron los tiquetes del bus y se dirigieron al calor de Barranquilla. Ver comer a Lucía un helado para calmar la sed luego de 3 horas de viaje con sus gafas de sol vintage y su camisa roja de seda delgada, es lo que lleva para siempre en la memoria Franco, porque él sabía la validez de ese último recuerdo. En el viaje Franco d