Entrada y sentencia.

Al llegar a la puerta donde se juzgan a los vivos y a los muertos, un guardián, me dijo qué él es quién decide que camino voy a tomar en el resto de mi eternidad, me señaló la vía del averno donde quemaré las impurezas o la vía de la gloria perpetua donde los sueños son nubes y algodones de colores,  pues ese guardián, como ironía  a mi patética vida amorosa, decidió que mi salvación dependía de la respuesta a una pregunta.


Dicha pregunta era que comparara mi amor con algo, que le describiera como había sido mi comportamiento amoroso en la estancia en la tierra, extrañamente luego de reflexionar dije que mi amor era como un cigarrillo, a lo cuál acoté lo siguiente: dije que funcionaba de antídoto del desespero, pero que al final era perjudicial para su corazón, mencioné que como la primera bocanada de ese cigarrillo, mi amor daba la misma calma, aunque se supiera que era algo pasajero, le mencioné al guardián que siempre fui aquél que daba la paciencia a la mente, pero que lentamente dañaba todo su sistema con inmadurez, estupidez y ridiculez, hablé de que era como el humo, siempre flotando y rodeando al fumador, pero como siempre ese humo siempre se dispersaba, y al final me disipaba, mis palabras se queman con cada probada de ese cigarrillo, nadie recuerda que dije, pero recuerda que el sentimiento de calma fue por tan solo un momento algo bueno.


Al final mi amor como un cigarrillo, termina en una colilla, en algo desechable, en algo que todos botan , algo que se consumió, que se terminó, y que nadie recuerda, porque solo fui algo desechable, necesario, pero desechable.


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