Melodía a la vida.


A orillas del río humano que pasa por la carrera 7 con 17, en pleno centro de Bogotá, en medio de tanta concurrencia y bullicio, de tantas caras llenas de afán y que no se distinguen por la velocidad que se vive hoy en día, suenan unas melodías con un aroma bohemio y melancólico.


Estos sonidos se mezclan con la bruma que baja de los cerros de Monserrate para adornar lo que es una trágica y mágica tarde en la capital colombiana. Mis oídos zumban y mi piel se enchina, porque ese sonido de jazz acompaña mi paso lento y cansado causado por una pena de amor. Si Woody Allen pudiese musicalizar mi pesar, seguramente lo haría con el sonido de esa vieja trompeta que solo cautiva a los hombres que se sienten derrotados, como yo, que sueña con labios ajenos.


Decidido a encontrar la música que acompaña mi tarde gris, afiné mis oídos para dar con el genio que da rienda suelta a esta hermosa pieza musical. Usnavy Mina: hombre chocoano que vivió en New York, estuvo en la filarmónica del Lincoln Center, era el mejor con una trompeta, pero como todo hombre que conoce el cielo, se encandiló y cayó a lo profundo de su depresión al preferir los caminos del consumo y la banalidad antes que cuidar a su familia y su orquesta.


Su mirada, sus manos, su ropa, sus melodías, solo daban a entender que era un hombre derrotado y para agobiar un poco el dolor, salía a tocar con el fin de reunir unos pesos que le alcanzaran para ahogar las penas en alcohol.


Por alguna razón cuando las personas tienen algo que los identifica se sienten aliviadas -aunque sea un poco- y es que cuando vi a Usnavy sentí felicidad por saber que alguien entendía mi dolor y lo estaba interpretando en música. Es como ver un espejo y saber que tan solo por un instante en esta vida no estamos solos. Usnavy me miró y también hizo ese gesto de felicidad con sus cejas, su cuerpo pasó de estar encorvado a estar firme y algo liberado.


Eché un billete de $2.000 y me quedé como una estatua viéndolo tocar, no sé cuánto tiempo me quedé allí sembrado, pero aprendí algo mientras lo escuchaba: el hombre no es derrotado por la cantidad de golpes que sufre, sino cuando decide silenciar lo que lleva dentro. Aunque la vida sea difícil, complicada y caigamos en un abismo de tristeza, la verdadera felicidad del hombre es cuando manifiesta su pesar y es capaz de aprender, reflexionar y sacar del vientre el dolor que lleva.


Aquella tarde corrí a mi casa, saqué mi vieja máquina de escribir y comencé a redactar cartas a todos mis seres queridos, ¿por qué quedarme pensando en algo que me hace mal?, ¿por qué no mejor escribir notas de amor a las personas que aún están en mi vida? Hice lo que no se hace ahora: tomarse el tiempo y componer una carta, de esas que se escriben en papel, van con estampilla y que llegan a la puerta de la casa.


Ahora entiendo por qué Usnavy sale a tocar todas las tardes, él no lo hace por el dinero, él sabe que se equivocó, pero él también sabe que las melodías vuelan por el viento, que tienen la capacidad de traspasar el tiempo y el mal clima, llegar a los oídos correctos para generar sentimientos y reflexiones.  


Usnavy todo ésto lo sabe, por eso cada tarde que toca lo hace con la intención de aliviar su dolor y que esas melodías lleguen a su familia, para que algún día crucen por la carrera 7 con 17, dónde cada tarde él toca para demostrar que no es un hombre derrotado, sino un valiente que aceptó el dolor y demuestra con blues y jazz que está dispuesto a renacer y comenzar una nueva melodía en su vida.

Imagen: Pegatina Criolla. https://www.facebook.com/pegatinocriolla/

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